La noche del 24 de julio de 2005, el contador Adolfo José Luis Herro, de 54 años, salió a guardar su automóvil en el garaje de su chalet de Cariló, en una zona entonces desierta. Apenas se sentó al volante, un tirador solitario emergió de entre los arbustos y le disparó a quemarropa. El proyectil, calibre .380, impactó en su sien izquierda y atravesó la cabeza. Herro murió de inmediato, con el motor aún encendido y la puerta del vehículo abierta.
A primera vista, los efectivos que llegaron al lugar vieron algo extraño. Nada había sido robado: el reloj Tag Heuer seguía en su muñeca, el maletín con documentación permanecía en el asiento y las billeteras contenían dinero en tres monedas. Solo faltaba su pistola personal, una Glock calibre .380. Aquella ausencia selectiva y la precisión del disparo transformaron el caso en una intriga policial desde el primer momento.
Una escena que hablaba de profesionalismo
Las pericias forenses descartaron el suicidio y también el robo al azar. El tiro fue ejecutado desde una distancia de entre cinco y quince centímetros, con una munición belga tipo FN, de uso poco común. El autor habría disparado desde una posición baja, a través de la ventanilla del conductor, un método propio de tiradores entrenados.
Las manchas de pólvora y sangre indicaron que Herro intentó defenderse, pero no alcanzó a desenfundar su arma. La Glock, que siempre llevaba consigo, fue sustraída tras el disparo. Para los investigadores de la querella, ese gesto sugería una ejecución por encargo: el asesino no buscó dinero, sino cumplir un trabajo.

Negocios, política y una fortuna repentina
Herro tenía una larga trayectoria como asesor contable en el gobierno bonaerense. Había trabajado en ministerios sensibles y participado en áreas vinculadas a la compra de armamento y administración de fondos públicos. En pocos años, su nivel de vida cambió drásticamente: adquirió una mansión en Cariló, un departamento en La Plata y proyectó la compra de varios lotes en la costa.
Esa prosperidad repentina, difícil de justificar con su salario oficial, alimentó sospechas sobre negocios paralelos. Algunos informes lo vinculaban a una “mesa de dinero” privada, donde habría manejado fondos de terceros. Para los investigadores, el móvil económico resultaba cada vez más sólido: alguien pudo haber querido cobrar una deuda o silenciarlo antes de que hablara.
La investigación y los detenidos
La causa quedó en manos de la fiscalía de Dolores. Con el paso de los meses, surgieron testigos que señalaron a Bruno Báez, un caddie del Cariló Golf Club, como quien habría entregado información sobre Herro a una banda del conurbano. Las pesquisas derivaron en la detención de Báez y de dos hombres: Milcíades “Chuqui” Duarte y Cristian Segura, ambos con antecedentes.
Un allanamiento permitió hallar la pistola Glock de Herro, lo que vinculó a los acusados con el crimen. Duarte se declaró autor del disparo y afirmó que el hecho ocurrió durante un intento de robo. En 2012, la Justicia de Dolores condenó a los tres a diez años de prisión en un juicio abreviado por homicidio en ocasión de robo.

Sin embargo, la querella de Lourdes Giménez, pareja de Herro, apeló el fallo. Sostuvo que se trató de un sicariato encubierto y denunció una instrucción “viciada y superficial”. En 2014, la Cámara de Casación Penal bonaerense revocó el juicio abreviado y ordenó un nuevo proceso oral, aunque el caso quedó estancado.
Un legado de sospechas y silencios
A dos décadas del crimen, ningún autor intelectual fue identificado. Los tres condenados cumplieron parte de sus penas, pero las incógnitas permanecen. La precisión del disparo, el robo selectivo del arma y el entorno político de la víctima siguen alimentando la hipótesis del ajuste de cuentas.
Tras su muerte, se abrió además una disputa familiar: la justicia reconoció a Maximiliano Rodríguez Labastía como hijo y heredero, quien denunció fraude en la venta de las propiedades del contador a valores irrisorios. Aunque en 2022 todos los acusados fueron absueltos, el episodio añadió más sombras al caso.
El crimen de Adolfo Herro sigue siendo una herida abierta en Cariló. La noche de aquel disparo preciso aún resuena como un eco persistente de corrupción, dinero y poder. Veinte años después, la verdad continúa ausente y el misterio, intacto.



