Era pleno verano en Cariló, aquel 4 de febrero de 2001. El complejo Puerto Hamlet bullía de turistas cuando un empleado halló la puerta entreabierta de la cabaña N°32. Dentro, la escena parecía congelada en el tiempo: Mariano Perel, contador de 55 años, y su esposa Rosa Golodnitzky, psicóloga de 46, yacían en la cama, cubiertos hasta los hombros, como si durmieran. Cada uno tenía un disparo en la nuca. Sobre el brazo de él reposaba una pistola Walther PPK calibre 7,65 mm; en el suelo, algunas vainas servidas del mismo calibre.
Lo extraño no fue solo el crimen perfecto, sino el silencio. Nadie escuchó los disparos. La habitación no mostraba signos de violencia ni robo. Solo un detalle desentonaba: veinticuatro tarjetas de crédito esparcidas por el suelo. Y, sobre la barra del living, un papel con un mensaje en inglés que parecía salido de una novela negra: “I am a gringou collaborator with Citibank. Killed for no paying ransom to Citigroup”. Traducido: “Soy un gringo colaborador del Citibank. Asesinado por no pagar la coima al Citigroup”.
El texto sugería un ajuste de cuentas mafioso. Los investigadores lo tomaron como pista inicial, y la historia se volvió un fenómeno mediático. En pocas horas, el caso Cariló saltó de la crónica policial al terreno de la conspiración internacional. Pronto se supo que Perel no era un simple turista. Se movía entre financieras informales, bancos extranjeros y operaciones de espionaje para la ex SIDE. Su nombre aparecía en transferencias de millones de dólares, en compras de equipos para la inteligencia estatal y en transacciones turbias en la Triple Frontera. Todo eso convirtió al crimen en un escándalo que sacudió al poder.

Los peritos determinaron que el matrimonio había sido adormecido con éter antes de recibir los disparos. No hubo lucha. No faltó nada. Un dato llamó la atención: la noche anterior, Perel hizo un asado y abrió tres botellas de vino. Su hijo luego declararía que su padre jamás cocinaba a menos que esperara visitas. Pero nadie más apareció en escena.
La sombra del crimen por encargo
Durante meses, la teoría del asesinato mafioso fue la más sólida. Se habló de vínculos con el cártel de Juárez, de inversiones frustradas con empresarios asiáticos, de lavado de dinero en bancos argentinos. Según los rumores, Perel había acumulado enemigos poderosos y su muerte fue el precio de traiciones financieras. La policía secuestró cajas enteras con documentos, computadoras y agendas, y hasta envió información al FBI para rastrear transferencias sospechosas. Pero nada encajó del todo.

Los caminos internacionales se cerraron por falta de cooperación y, con el tiempo, la causa perdió fuerza. Ni sicarios, ni huellas, ni móviles confirmados. Todo quedó en una bruma de teorías imposibles.
La otra cara: un pacto trágico
A medida que avanzaban las pericias, una versión opuesta empezó a imponerse: la del asesinato-suicidio. Los peritos informáticos descubrieron que el mensaje en inglés había sido impreso por el propio Perel, tres días antes del crimen. En su computadora apareció el archivo original, creado el 1° de febrero. Todo indicaba que había llegado a Cariló con la nota ya escrita, como parte de una escena pensada.
La balística reforzó esa idea. El disparo que mató a Rosa partió desde el lado de Perel en la cama, y el suyo fue un tiro apoyado en su propia nuca. Nadie escuchó ruidos, nadie vio entrar a nadie. La puerta de la cabaña solo podía abrirse con un truco que Perel conocía. Y su situación personal añadía más peso: deudas por un millón de dólares, maniobras financieras fallidas, y un presente acorralado. Días antes había pedido dinero desesperadamente a su jefe, y sus últimos movimientos reflejaban caos y ansiedad.

Los peritos descubrieron además que había instalado un virus en su computadora para borrar más de 800 archivos tras su muerte. Era una limpieza digital, un acto final que parecía premeditado. Todo apuntaba a un intento de encubrir su caída bajo una apariencia de complot internacional.
Sin cierre, solo silencio
Dos décadas después, el expediente del doble crimen de Cariló duerme archivado. Ningún responsable, ninguna verdad definitiva. Las hipótesis se bifurcaron entre la mafia y el pacto suicida, pero ninguna logró sostenerse con pruebas. Ni los hijos de las víctimas impulsaron la causa. Apenas uno de ellos, Jonathan, pidió recuperar la camioneta familiar.

Hoy, la cabaña 32 de Puerto Hamlet sigue siendo parte de las leyendas de Cariló. Los turistas que la reconocen bajan la voz, como si el lugar todavía guardara algo del misterio. En los pasillos judiciales, el caso se volvió símbolo de los secretos que nunca se abren del todo.
Porque quizá —como dijo un investigador años después—, “la verdad del caso Perel murió esa misma noche, junto con ellos”.